De la huella de un péndulo y una rosa

“El autor debería morirse después de haber escrito su obra. Para allanarle el camino al texto”
Umberto Eco
Siempre he encontrado muy difícil decir qué autor o qué libro es mi preferido. Probablemente hay muchos amantes de la lectura que sí puedan escoger un libro entre todos, EL LIBRO. Ese que deja una huella imborrable en ti a pesar del paso del tiempo. Yo no puedo. Son muchos los libros que han hecho ese efecto en mí. Unos por la edad, otros por la temática, alguno por el momento en el que cayó en mis manos, y otros por su indudable belleza.
Pero sí sé que entre esos libros siempre habrá alguno de Umberto Eco, sobre todo dos, porque a pesar de haber recurrido a él como especialista en lengua y semiótica, y de ser uno de mis autores de consulta para elaborar la tesis doctoral, esa que siempre está en proceso y que algún día terminaré, dos de sus libros han dejado esa huella imborrable.
Con El nombre de la rosa descubrí que me gustaba la novela histórica de misterio y que un best seller podía estar escrito de una manera magistral con varios niveles de lectura que hacen que tenga una trama perfecta, un ritmo narrativo que se acompasa al propio ritmo de los personajes y en el que las citas filosóficas no están reñidas con la ironía sino que forman parte de ella.
El nombre de la rosa es uno de los pocos libros que he leído varias veces y que sé que volveré a leer a lo largo de mi vida.
Y mi relación con El péndulo de Foucault no fue fácil. Descubrí que había libros que suponían un reto. Que el autor jugaba conmigo para que demostrara que estaba a la altura de la obra, y fue de los pocos libros en los que una y otra vez tenía que volver atrás para releer ciertas páginas  que me ayudaran a seguir avanzando con la historia. Pero conseguí superar el reto, ver las analogías de la historia y meterme en ese mundo de conspiraciones, esoterismo y ocultismo y recuerdo largas noches de lectura absorta en la historia a la que me había enganchado después de tanto esfuerzo.
Creo que Umberto Eco me ayudó a ser mejor lectora, a poner el listón más alto para decir si un libro es o no bueno, y también a escribir mejor.
Así que hoy que él nos ha dejado, creo que somos muchos los que le debemos un homenaje. Este es el mío.
Que la tierra te sea leve, Umberto Eco. Hoy ya le has allanado el camino al texto.

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