¡Pobriños! ( y II)


Hoy, a un día de la jornada electoral de los EE.UU, que puede provocar que sí se cumpla el “American Dream” y una mudanza en la Casa Blanca, os voy a resumir mucho la mía, mi mudanza claro, en otros dos capítulos.

Capítulo II. El día D y la hora H
Pues sí, entre visita y visita. Viajes a Coruña, para buscar e intentar encontrar lo que iba ser nuestro futuro hogar, llegó el día clave.
Tengo que decir que aunque contratamos una buena empresa de mudanzas para que nos hiciera una mudanza de clase A, de esas que te lo empaquetan todo ellos para que cualquier desperfecto esté asegurado y tú no muevas un dedo mientras lo hacen, parecía lógico que había que hacerle una limpieza profunda a la casa para eliminar no la suciedad, sino todas esas cosas que vas acumulando con los años y que no sirven para nada. Ejemplo: esos detallitos que te dan en las bodas, bautizos y comuniones, y que con el paso de los años te dan para poner una tienda de objetos kitsch; o ropa que sabes que nunca te vas a poner por motivos varios; facturas de más de 5 e incluso de 10 años de antigüedad; “amenities” de esas que te dejan en los hoteles y que tú vas guardando para no utilizarlas jamás; revistas viejas, y cualquier otra cosa variopinta que se os pueda ocurrir. Y cuidadito, no vayais a pensar que tengo el Síndrome de Diógenes. Creo, o creía que era una persona ordenada, no me gusta guardar cosas innecesariamente, pero cuando me puse manos a la obra, la verdad es que me sorprendí. No llené una bolsa, sino varias, muchas, con cositas de esas. Y lo que es peor, debo reconocer, que al montar la casa nueva, aún aparecieron algunas rarezas, que inevitablemente siguen en el trastero.
Pero llegó el 30 de agosto y en realidad no eran las 8 de la mañana. A las 7.45 horas, había ya un ejército de hormigas trabajadoras paseándose por mi casa, abriendo cajones y armarios, desmontando muebles, embalando lo frágil en plástico de burbuja y metiendo todo lo demás en cajas de cartón de diferentes tamaños, para, acto seguido, lanzarlo todo por la ventana de la habitación de mi hija. Hubo quien no pudo soportar la imagen de su super tele, bajando 5 pisos por una plataforma que temblaba. Alguna hormiguita se sorprendió de la cantidad de libros que había en esa casa, porque metía y metía libros en cajas, pero nunca se acababan. Después de casi 12 horas de trabajo, cientos de cajas de cartón y muchas bobinas de plástico de burbuja, mi casa, hasta ese momento mi hogar, se quedó vacía. Vacía de nuestras cosas. Vacía de nosotros. Y a las 9 de la noche, toda mi vida, nuestra vida, estaba en un camión encerrada esperando a recorrer 600 kilómetros y que la liberaran en otro sitio.

Capítulo 3. Ya en la nueva casa
Apenas 24 horas más tarde, después de un viaje de 600 kilómetros por carretera, (las hormiguitas y nuestras cosas en el camión, y nosotros en nuestro coche) nuestra vida, llegaba a su nueva casa.
Las hormiguitas hicieron noche en el camino. Nosotros salimos de Tres Cantos a las 9 de la noche (no os puedo describir la sensación que tuve al echar la última mirada a mi casa y cerrar la puerta) para llegar a Coruña a las tantas de la madrugada y poder dormir un poco antes de que ellos llegaran. Dormir, lo que se dice dormir, la verdad no, porque yo no hacía más que pensar en si el camión (mi camión-casa-vida) tenía un accidente y volcaba, cómo se quedarían mis cosas desparramadas por la carretera. Así que simplemente me acosté para que mi cuerpo descansara, ya que mi mente no podía.
Gracias a Dios, el camión-casa-vida no volcó. Y llegó para aparcar en ese espacio que tienes que ir a reservar al ayuntamiento y por el que tienes que pagar para que nadie te lo ocupe. Y las hormiguitas volvieron a movilizarse. Eran menos que en Madrid, pero claro, ahora no había que empaquetar. Así que las cajas y los muebles empezaron a desaparecer del camión para desperdigarse por la nueva casa. Cuando llevaban 4 horas trabajando, el camión estaba todavía a medio vaciar, y la casa nueva ya estaba casi llena.
¿Cómo era posible? Esta casa es más grande que la otra y las cosas son las mismas, bueno menos, gracias a esa limpieza de objetos curiosos. Así me dí cuenta que una casa empaquetada ocupa muchos más metros cúbicos que cuando está sin empaquetar. Cada dos segundos, aparecía una hormiguita con varias cajas y preguntaba “¿Dónde quiere que le ponga esto?” Y yo ya no sabía que responder. Al ver mi cara de susto, el muchacho de turno, miraba el rótulo de la caja, y se dirigía a la habitación correspondiente, recolocaba la torre de cajas que ya había dentro, y dejaba el cargamento que traía. Afortunadamente, antes de la parada para comer, algunos de los muebles ya estaban montados, y esos cajones-armarios con la ropa en perchas ya se habían vaciado y colocado dentro de los armarios de verdad. Aquello empezaba a tomar forma.
Parada para comer y a seguir. Increíblemente, a las 7 de la tarde, las hormiguitas y el camión totalmente vacío regresaban de nuevo a su lugar de origen. Y nosotros, a pesar de todas aquellas cajas con el logotipo de la casa de mudanzas apiladas por todos lados, empezamos a hacer de esa casa nuestro nuevo hogar. Y sí, esa noche, dormí profundamente.
P.D. ¿El rastro de la mudanza? Un año y 2 meses después, todavía no sé dónde están algunas cosas o me sorprendo al encontrar otras de las que ya no me acordaba, algunas cajas de Mudanzas 3TC plegadas en el trastero y sólo un vaso y una copa rotas.

Comentarios

  1. Cuando nosotros nos mudamos, la policía paró a los conductores del capitoné y les hicieron vaciar el coche nada menos que en una zona de Despeñaperros. El camión tenía matrícula de Pontevedra, y claro, podían ser narcotraficantes.
    Hay cosas, veinte años después, que no han vuelto a aparecer.
    Y no quiero saber dónde están.

    ResponderEliminar
  2. Pues si no las has necesitado, mucho mejor que no sepas a dónde han ido a parar.

    ResponderEliminar
  3. Necesitar no, pero había un colección de tapones de botella tallados de cristal de Murano, que no volvió a aparecer, entre otras cosas de las que no puedo acordarme en este momento.

    ResponderEliminar
  4. Durante las mudanzas comprendí lo que podía sentir una australopithecus buscando un nuevo refugio para su familia.
    Buff...¡Cuándo nos sale la parte animal no hay que hacerle!

    Jolín, si hago una lista de lo que he perdido flipo: desde unas cartas de tarot hasta unos servilleteros. Todo ello muy necesario.

    ResponderEliminar
  5. yo despues de no se cuantas mudanzas ¡me dan un panico!!!

    saludos

    ResponderEliminar
  6. Bueno, es lo que tiene las mudanzas. Casa nueva, vida nueva.
    Yo matapollos, como digo en el post, todavía hay cosas que no sé dónde están, así qeu en relaidad no sé si las he perdido, pero por ahora la verdad, no me han hecho mucha falta. Lo importante está.
    Y lo de la búsqueda del nuevo hogar, si qu eno hizo sentirnos un poco primitivos en alguna ocasión. Sobre todo, cuando alguien te decía, "Este piso tiene 60.000€ en B"
    Y Paco, gracias por pasarte por aquí. Yo para no asustarme más he decidido que nunca, nunca me cambiaré ya de casa. Cruzo los dedos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares