¡Pobriños! (I)



Hoy camino del trabajo, he visto dos mudanzas. Y he pensado ¡Pobriños! No puedo evitarlo. Cada vez que veo una, me viene a la mente la mía, y digo la mía, porque aunque me he mudado de casa varias veces, creo que más que la media, la última fue la de verdad. La de trasladar el alma de una casa para otra. Hace tiempo que dije que mi mudanza merecía un post, así que como lo prometido es deuda, aquí va. Pero como esto requiere su tiempo, aviso para navegantes: Va a ser una novela por entregas.

Capítulo I
La cosa empieza, lógicamente, con una puesta en común familiar, para enfrentarnos a la decisión de que por primera vez en nuestras vidas, las de los tres, podemos volver a nuestra ciudad de origen (bueno, la de Alba no, porque ella es la única de esta familia que en su carnet de identidad pone Lugar de Nacimiento: Madrid). Pasado ese trago, la maquinaria se pone en marcha. Aunque la decisión se toma en febrero, aún queda mucho tiempo por delante, porque tiene que terminar el curso escolar y que lleguen las vacaciones de verano para todos. Así que, sabiendo que hasta finales de agosto no nos íbamos a ir (ahora debería ya decir venir) decidimos que hasta después de Semana Santa no pondríamos a la venta nuestra casa.
Nos llamaron de todo. “Sois unos insensatos. Tal como está la cosa, tendríais que ponerla a la venta ya o si no, dejarlo para mucho más adelante” Ja, ja y ja. No me quejo de mi economía, pero ya me gustaría a mí poder comprarme la casa de Coruña, sin tener que vender ésta, y no estar con el agua al cuello.
Bueno el caso es que aguantamos como pudimos a las vocecillas avisadoras y previsoras de la crisis, y a la vuelta de las vacaciones, de las de Semana Santa, claro, pusimos oficialmente la casa a la venta a través de un anuncio en internet. Y ese fue el primer mal trago. ¿Cómo vendes tu casa? La casa que has elegido, decorado, la que has convertido en un hogar, la única que ha conocido tu hija. Coges una cámara de fotos e intentas plasmar en ellas todas las cosas que tú ves: la luz, el calor, la alegría, las risas, los llantos. Imposible. Pero bueno, cuando cuelgas las fotos en el portal inmobiliario, y ves lo que van a ver los demás asépticamente, te tienes conformar. No está nada mal.
Después está la descripción. No puedes decir. “Se vende piso acogedor lleno de felicidad y buenos momentos contagiosos. Tiene calefacción central de cariño y luminosidad por las sonrisas de sus habitantes” No. La descripción también es aséptica. Algo del estilo: “Se vende piso de 120 m2. 3 dormitorios, 2 baños, cocina amueblada con electrodomésticos, 5 armarios empotrados y plaza de garaje. Urbanización privada.”
Y ahí empieza un rosario de llamadas y visitas a tu casa, que en ese momento sigue siendo tu hogar, y que tienes que enseñar a unos completos desconocidos con mejores modales unos y peores otros, explicando además todas las ventajas de vivir en una casa como esa. Debo decir que al principio lo llevé mal. Era mi casa. Y pensaba “Es así porque a mí me gusta con esos muebles, esas cortinas, esas alfombras y ese color en las paredes, así que no tengo por qué convencerte de nada. Si te gusta bien, y si no, vete a ver otras.”
Pero claro, visto lo visto, la crisis inmobiliaria empezaba a asomar la cabeza y las vocecillas de alrededor no dejaban de insistir. “Intentad venderla cuanto antes, que después va a ser peor”, así que opté por cambiar un poco de actitud y poner al mal tiempo buena cara. Bueno, en realidad, para ser sincera, intentaba no estar en casa cuando venían a verla.
El caso, es que no sé si es porque la casa era bonita (que lo era), porque fuimos coherentes con el precio (que lo fuimos, no la vendíamos por especular, sino porque nos íbamos), porque somos buenos vendedores o lo eran los que nos ayudaban, o por suerte (que también), nosotros sólo (y digo sólo porque aquellas vocecillas expertas decían que la media en aquel entonces estaba entre 6 y 8 meses, hoy en el TD de las 15.00 han dicho que 24) tardamos 4 meses en venderla. Justo para cuando de verdad lo necesitamos.
Mientras tanto, entre visitas de agentes inmobiliarios y posibles compradores, se acercaba el día D y la hora H (30 de agosto de 2007, 8.00 h). Pero eso, merece un post completo.

Comentarios

  1. Mi primera mudanza, un 11 de Agosto, me creó tal trauma que la sola palabra me produce vértigo.
    Mi casa, donde nací y crecí, se convirtió en un montón de escombros para convertirla en un aséptico hotel, impersonal y frío. Hay un post en mi blog.
    Nunca, nunca podré volver a mi pueblo, porque la mudanza fue producto de herencias, y herencia significa odio, envidia y ruptura por todos lados.
    He aprendido dos cosas: lo que realmente importa es estar con los que quieres, lo demás sólo es superfluo (es más fácil de decir que de hacer); y que el hogar lo haces tú.
    Tu hogar es el agujero de la cortina que se hizo al enganchar un juguete; es el rallazo en el parqué cuando probaron el juego de construcción, y el pasillo lleno de dedos.
    Mudarse siempre produce dolor, pero lo importante lo llevas dentro.
    Y eso no te lo puede quitar nadie.

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  2. Me veo en tu situación dentro de unos meses... aunque no será tan traumático porque es dentro de la misma ciudad. Pero ya intuyo la odisea que nos espera... aunque el amor y las ganas todo l pueden... jejeje...

    Besos.

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  3. Supongo que por lo que dices Alba es tu hija, madrileña, mas bien "madrileña renegada" como yo. Nací en Madrid y allí viví 23 años que cosas buenas y malas.
    Cuando hice la mudanza, además, estaba yo solo porque mis padres ya se habían venido, asi que me encontré el dia antes de venir con una casa en la que los de la mudanza solo me habían dejado un sofá, mi cama y una silla. Aquel lugar se convirtió en extraño y entonces comprendí que "el hogar" es algo mas que cuatro paredes.
    Ahora mi volvería a Madrid ni loco.

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  4. Chicas ¿habéis visto "Los Otros"? Yes, "The Others", la peliculita ésa que... eso.
    Odio tanto las mudanzas que pienso hacer lo mismo que ellos: es decir, no hacer ni la última.
    Asi que cuidadín, a ver quien se atreve a comprar mi casa pensando que va a estar vacía. Jua, jua.

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  5. Kapi, ya me contarás, aunque como tú dices, dentro de la misma ciudad no es lo mismo. Suerte de todos modos.
    Sí, Mal bicho, Alba es mi hija, y efectivamente es madrileña renegada, aunque ya lo era antes, porque llevaba muy mal que toda su familia fuera gallega y ella no, así que a todos los efectos, menos el accidente del nacimiento, es gallega 100%. Y no, no queremos volver a Madri. Aquí, ya nos quedamos para siempre.
    Matapollos, nosotros no estamos muertos, pero en algún momento me he preguntado, si los nuevos habitantes de mi casa, no nos oirán a veces.

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  6. las mudanzas es lo que llevan... solo se pueden explicar por capitulos!!
    me gusto.

    Salu2

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  7. Pues no te pierdas los siguientes Anti-yo, porque aún hay más.

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  8. Acababa de empezar una verdadera odisea, supongo. Yo me he mudado muchas veces, en una ocasión a otro continente, pero siempre era a casas de alquiler. No he tenido que vender mi casa, pero me imagino el número, y sí, pobriños, dicho a lo murciano, probeticos. Esperamos los siguientes capítulos de la novelica. Para mí la imagen de la desolación al abandonar una casa que has habitado es el hueco de los cuadros en las paredes.

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  9. Pues sí, clares, las marcas de los cuadros, pero hay algo que también impresiona, las diferencias de color en el suelo en aquellas partes donde has tenido tus muebles.

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  10. Espero leer la historia completa porque me ha gustado mucho el primer capítulo. Sólo me he mudado una vez y soy afortunada porque mi anterior piso no he tenido que venderlo, lo tengo en alquiler. Y en realidad no me dio mucha pena dejar el viejo porque cambiaba para mejor: ascensor, garaje, 2 baños en vez de uno, soleado, cocina exterior. Ni me acuerdo de la otra, la verdad. Además, los últimos años no había sido muy feliz en ella, así que comencé la nueva etapa con un sentimiento de renovación. Bicos.

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